CAJÓN DE SASTRE DE UNA HORMIGA DISIDENTE







domingo, 6 de febrero de 2011

LA CIENCIA MODERNA CONFIRMA LA VISIÓN TÁNTRICA DEL COSMOS

El tantra supera —¡y de lejos!— el culto del sexo al que cierto público lo reduce con demasiada frecuencia. Ante todo es una tradición iniciática, lo cual es casi una tautología, puesto que toda tradición es iniciática, es decir, se transmite mediante un simbolismo y/o una mitología. Preciso: «iniciática» significa un enfoque intuitivo, no discursivo, no intelectual, no racional, de lo real y de los resortes ocultos para integrarse a él. Toda Tradición procede así, al contrario de la ciencia, que por definición constituye un conjunto organizado de conocimientos relativos a los hechos y a las leyes del universo manifiesto. La ciencia se sitúa deliberadamente en el nivel cerebral puro, y una de las cualidades esenciales que se atribuye es la objetividad. Sin embargo, y a pesar de las apariencias, la visión tántrica y la científica, lejos de excluirse, se completan.

No piensa lo mismo el científico, para quien nada es más anticuado, incluso primario, que el simbolismo o el mito, y la única concesión que podría en rigor consentir sería convertirlos en tema de estudio... En cuanto a servirse de ellos para su evolución personal o para captar la esencia del cosmos, ¡ni hablar! ¿Sorprendente? No, pues nuestro tipo de civilización debe lo esencial de su desarrollo y de su originalidad a la ciencia y a su corolario, la tecnología; jamás la humanidad adquirió tanto saber en tan poco tiempo, jamás dispuso de semejante potencia material. Y de aquí a considerar que el enfoque técnico-científico es el único válido hay un pequeño paso, que se da rápidamente.

El precio pagado por esos logros innegables es una hipertrofia del intelecto, que mide, pesa, compara, deduce leyes, etc. Esta actividad, tan eficaz a nivel práctico, apenas araña la superficie de las cosas y cierra el acceso a las realidades últimas ocultas detrás de los fenómenos. La ciencia, incluso cuando descubre el núcleo del átomo o revela, los secretos de la célula, incluso cuando explora los vertiginosos abismos intergalácticos, se queda en la superficie: el observador debe permanecer neutro y no implicarse de ninguna otra forma.

Paradójicamente, cuanto más cree el intelecto acercarse a las realidades últimas, más se le escapan. Esta carrera sin fin me recuerda una experiencia de cuando tenía diez años. Era después de una tormenta, y veo todavía ese maravilloso arco iris, tan luminoso sobre un fondo de nubes de color antracita. Era tan definido que parecía colocado sobre la hierba del prado mojado por el chaparrón, justo delante de una hilera de sauces. Rápidamente me subí a mi nueva bicicleta y corrí a ver el prado más de cerca. Decepción: cuanto más avanzaba, más «reculaba» el arco iris, y cuando llegué a la altura de los sauces, me hacía burla delante del bosquecillo. La realidad última es ese arco iris que la ciencia persigue en vano...

Para la ciencia esto podría incluso ser estimulante si no desembocara en un callejón sin salida. De hecho la ciencia, hija del intelecto y madre de la tecnología, crea más problemas de los que resuelve.

Por definición el intelecto sólo puede razonar y calcular fríamente. Entonces, cuando la ciencia se auto-define como «objetiva» es verdad, pero en el sentido literal: lleva al universo al rango de simple «objeto», universo él mismo poblado de una infinidad de otros «objetos», y todo se convierte en «objeto», incluso lo viviente. Así es como el hombre moderno ha terminado por cavar un abismo entre su universo tecnológico artificial y la naturaleza, entre sus abstracciones intelectuales y la vivencia real. Bajo el pretexto de «desmistificar», el intelecto desmitifica, desacraliza.

Cuando ya nada es sagrado, ni siquiera la vida, todo es muy práctico: ya nada impide saquear los recursos naturales, sin vergüenza ni remordimientos, y el hombre no se frena hasta que él mismo se siente amenazado ¡y ni siquiera entonces! Los animales-objetos son sometidos a la «buena» voluntad del hombre, que fríamente fabrica en serie vacas, cerdos, terneros, aves, siempre que dé ganancias, y el insensible intelecto ignora sus sufrimientos: ¡eso no le concierne!

La crisis del mundo moderno, que ya nadie niega, salvo los que no quieren ver ni entender nada, ¿tiene otro origen? Habiéndose enajenado de la naturaleza, el hombre se ha enajenado de sí mismo; es un desarraigado, y como todo árbol desarraigado, desaparecerá, a menos que vuelve a encontrar sus raíces...
Sería irreal querer renunciar al intelecto y su conquista, la ciencia, pero para evitar que esta herramienta incomparable se vuelva esterilizante, es urgente añadirle el aspecto simbólico, incluso mitológico. Creo que es posible conciliar Nataraja y la física moderna, punta de lanza de la ciencia.
...
La física moderna y el pensamiento oriental son compatibles y complementarios. Para el físico, a medida que la física nuclear progresa, nuestro mundo visible, familiar, tranquilizador, compacto, da paso a un universo extraño, inaprensible, que se disuelve en fórmulas matemáticas. Los objetos, que nuestros sentidos nos presentan como sólidos e impenetrables, se convierten en vacío, en campos giratorios de fuerza. Desamparada, la mente renuncia a comprender y es probable que con el paso de los años el divorcio entre el intelecto y lo real se acentúe y con ello nuestro desasosiego. El tantra, por sus mitos y sus símbolos que trascienden el intelecto, puede disipar ese vértigo mental.
...
Ha llegado, pues, el tiempo de conciliar y reconciliar la ciencia y el tantra. Para el físico, la percepción directa de la realidad es una experiencia nueva y que deja marca. Para el tantra, es natural que la ciencia moderna confirme la visión tántrica del cosmos.

Fragmentos del libro: TANTRA, EL CULTO DE LO FEMENINO, de Andrè Van Lisebeth



 

4 comentarios:

Joe dijo...

La paciencia siempre fue una gran compañera, todo decanta dónde debe al final de cuentas, hasta ellos se darán cuenta de cuanto han cerrado los ojos al no ver lo que no pueden explicar.

jlg

Precesión del perihelio dijo...

¿Acaso la comunidad científica -o las tribus de científicos- no tienen su mitología particular? El discurso científico está plagado de elementos simbólicos, de símbolos de todo tipo, de metáforas y reificaciones. La diferencia, supongo, estriba en que se trata de una mitología ciega a la interioridad de la experiencia propia (excluye o por lo menos lo intenta al sujeto) y que además, por el alcance de sus logros técnicos, se posiciona en el imaginario social como una perspectiva privilegiada sobre el mundo que pretende conocer el único Mundo verdadero y excluyente -o algo así, vamos que también es ciega a su naturaleza interpretativa por mucha provisionalidad teórica que se asuma-. Hay mucho para leer respecto a este tema, me vienen a la cabeza autores como Bruno Latour, Michel Serres, Cornelius Castoriadis y Ernst Cassirer..

Saludos

hiniare dijo...

Puedes imaginar que estoy de acuerdo con todo lo que dice aquí Andrè Van Lisebeth. También es cierto que con la física cuántica se ha llegado a un nivel en que la realidad deja de ser razonable. Al final los científicos no van a tener más remdio que creer en lo imposible.
Hasta luego,
h.

Mercedes Thepinkant dijo...

Joe y Precesión

Uff que nivel de comentarios!!
Tendré que reflexionar detenidamente sobre lo que decís.
Gracias.

Hiniare,
"la realidad deja de ser razonable" ahí está la clave.
Gracias por pasarte por aquí,
Besos